Un día gris la oí venir. Oí venir a aquella muchacha temerosa y perturbada por sus crueles pensamientos. Siempre se preguntaba ¿qué es lo siguiente que tendría que sufrir?
Luces y sombras en su vida. Vida que le tocó vivir.
No le tenía miedo a la muerte, murmuraba; sin embargo, sí se lo tenía a vivir.
No había nada más terrorífico que la incertidumbre que se manifestaba y azotaba en el empezar de un nuevo día.
Otra noche en vela ¿Cuántas van?
Su memoria teme como aquel reloj que su tiempo paralizó.
Los días y las noches giran alrededor, como aquellas manecillas cuando estaban en pleno esplendor.
Sus pasos, sus anhelos, su vida pasarán. Sin pena, ni gloria ante la frialdad de aquellos que la miraban, como miraban a aquel viejo reloj que no marcaba la hora.
La vigilia le consume, al igual que sus terribles pensamientos.
Con frecuencia pensaba que podía ser que todos no estuviéramos preparados para estar despiertos y algunos fueran mas dignos del sueño eterno.
Pobre de su corazón cada vez más oscuro y sombrío.
A lo que ella respondía, pobre de mí que aún lo siento latir.
Melancólica sombra que me abriga, vuela de mí y llévame contigo.
Álzame alto y deja que me suelte.
Un día gris la oí venir. Hoy no saludaba. Hoy se despedía.
Y en un pedazo de papel se leía…
Mi virtud es mi perdición,
Mi perdición es mi oscuridad,
Mi oscuridad es mi veneno,
Mi veneno es mi vida,
Mi vida es mi muerte,
Y mi muerte, mi único consuelo.
Un día gris se la llevó aquella voz que nunca acalló.