Recuerdo aquella noche, cuando me disponía a sucumbir al encanto de Morfeo. Mi corazón, detuvo por un instante, su fulgurante palpitar para así agudizar mi oído y escuchar, sonoros sollozos y quejíos que provenían de más allá de las lejanas montañas. Aquellos lloros parecían perros o quizás fueran lobos. Aullidos que parecían cantares o rezos a una madre protectora. Como si supieran que en la noche de luna llena, sus súplicas y plegarias serían escuchadas. Como si supieran que en la noche de su madre, Luna lunera, la noche en la que radia esplendorosa, ella se apiada de sus hijos y derrama lágrimas de plata que sana su alma y da luz a su caminar.
Luna lunera
Mis ojos quisieran verte otro poquito, radiante e hipnótica, Luna lunera. Si el Lorenzo lo permitiera, serías siempre eterna. Ahí estás plateada, sin luz pero con sombras. No eres más, ni menos que mi Luna, pero que sin su estrella no se ilumina.