Recuerdo aquella noche, cuando me disponía a sucumbir al encanto de Morfeo. Mi corazón, detuvo por un instante, su fulgurante palpitar para así agudizar mi oído y escuchar, sonoros sollozos y quejíos que provenían de más allá de las lejanas montañas. Aquellos lloros parecían perros o quizás fueran lobos. Aullidos que parecían cantares o rezos a una madre protectora. Como si supieran que en la noche de luna llena, sus súplicas y plegarias serían escuchadas. Como si supieran que en la noche de su madre, Luna lunera, la noche en la que radia esplendorosa, ella se apiada de sus hijos y derrama lágrimas de plata que sana su alma y da luz a su caminar.